lunes, 30 de marzo de 2020

LITERATURA UNIVERSAL (lunes 30 de marzo) - El Realismo y la sociedad: el caso Dreyfus





Acaban ustedes de ver uno de los más importantes documentos de la historia de la literatura pero también de toda la cultura occidental: el "Yo acuso" de Émile Zola , publicado en prensa como carta dirigida al presidente de Francia, Félix Faure.

Por primera vez, aparece la figura de lo que se llamará después el intelectual comprometido, el escritor, filósofo, científico o artista que pone su oficio y su tribuna pública al servicio de causas sociales que considera justas. 

Ya dijimos -y habréis leído en la introducción al tema- que realistas y naturalistas quieren, por un lado, documentar el mundo en el que viven y, por otro, transformar la realidad. 
Un instrumento para el cambio social será la novela de tesis. Otro, la participación, a través de la prensa, en los debates de la época. Cabe señalar además que ese afán descriptivo y documental de los realistas no nace sólo de un impulso artístico, sino científico: ciencias sociales como la sociología o la psicología aún no estaban configuradas en la segunda mitad del siglo XIX, y los novelistas querrán utilizar la novela para teorizar sobre la psique humana y la organización social.

Pero volvamos al caso: ¿De qué acusaba Dreyfus a quién? Este breve vídeo nos lo cuenta:


Ante la injusticia que se estaba cometiendo con Dreyfus, Émile Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión ante la opinión pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo acuso» y publicada el 13 de enero en L'Aurore. 

La polémica enardece al país y se desencadenan las hostilidades entre la derecha militarista y la izquierda socialista o radical.
Por esta carta, Zola recibe amenazas de sectores como la ultraderecha nacionalista o el ejército. Al fin, es juzgado y condenado y tiene que exiliarse en Inglaterra. Semanas después, se confirma que las pruebas utilizadas para comprometer a Dreyfus en el juicio son falsas. El Tribunal Supremo ordena la revisión del caso.
Zola regresa de su exilio en junio de 1899 y el Gobierno renuncia a tomar medidas contra él. Dreyfus se somete a un segundo juicio y de nuevo le condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se cometió antes. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiembre de 1902, Emile Zola muere misteriosamante asfixiado en su casa, debido a las exhalaciones de una chimenea. Desde 1898, Zola había seguido recibidiendo numerosas amenazas de muerte, pero este «caso» nunca llegó a esclarecerse.
"Yo acuso" no solo fue un giro en la vida y la obra de Zola, sino también en la historia social y de la cultura occidental.

Así terminaba É. Zola su famoso discurso publicado en la prensa como carta al presidente:

"[...Afirmo que éste es un crimen más y que ese crimen sublevará la conciencia universal. Decididamente, los tribunales militares poseen una idea muy singular de la justicia. 

Ésta es pues la verdad pura y simple, señor presidente. Es espantosa, y quedará siempre como una mancha de su presidencia. Sospecho que carece usted de poder alguno en este caso, que es usted esclavo de la Constitución y de aquellos que le rodean. No por eso deja usted de tener, en tanto que hombre, un deber que no podrá olvidar y que tendrá que cumplir. Eso no significa que yo, por mi parte, desconfíe del triunfo. Lo repito con una certeza aún más vehemente: la verdad está en marcha y nada la detendrá. El caso no ha comenzado hasta hoy, pues sólo hoy las posiciones están claras: de un lado, los culpables que no quieren que se haga la luz; del otro, los justicieros que darán su vida por que se haga. Lo dije en otro lugar y lo repito aquí: cuando se oculta la verdad bajo tierra, ésta se concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que estalla, salta todo con ella. Ya veremos si no acaba de fraguarse más adelante el más estrepitoso desastre. 

Pero la carta se alarga, señor presidente, y ya va siendo hora de concluir. Yo acuso al teniente coronel Du Paty du Clam de haber sido el diabólico artífice del error judicial, quiero creer que por inconsciencia, y de haber defendido posteriormente su nefasta obra, a lo largo de tres años, mediante las más descabelladas y delictivas maquinaciones. 

Acuso al general Mercier de haberse he cho cómplice, cuando menos por debilidad de carácter, de una de las mayores iniquidades del siglo. Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas evidentes de la inocencia de Dreyfus y de haber echado tierra sobre el asunto, de ser culpable de ese delito de lesa humanidad y de lesa justicia con fines políticos y para salvar al Estado Mayor, que se vela comprometido en el caso. 

Acuso al general De Boisdeffre y al general Gonse de ser cómplices del mismo delito, el uno sin duda por apasionamiento clerical, el otro quizá por ese corporativismo que convierte al Ministerio de la Guerra en un lugar sacrosanto, inatacable. 

Acuso al general De Pellieux y al comandante Ravary de haber realizado una investigación perversa, esto es, una investigación monstruosamente parcial que nos depara, con el informe del segundo, un imperecedero monumento de cándida audacia. 

Acuso a los tres expertos en escrituras, los caballeros Belhomme, Varinard y Couard, de haber redactado informes mendaces y fraudulentos, a menos que una revisión médica declare que estos señores padecen una enfermedad de la vista o mental. 

Acuso a los servicios del Ministerio de la Guerra de haber promovido en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Écho de Paris, una abominable campaña a fin de desorientar a la opinión pública y encubrir sus propios errores. 

Acuso, por ultimo, al primer consejo de guerra de haber violado el derecho al condenar a un acusado basándose en una prueba que permaneció secreta, y acuso al segundo consejo de guerra de haber ocultado esa ilegalidad, por decreto, cometiendo a su vez el delito jurídico de absolver conscientemente a un culpable. 

Al lanzar estas acusaciones, no ignoro que me expongo a que se me apliquen los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que castiga los delitos de difamación. Pero me arriesgo voluntariamente. 

En cuanto a las personas a las que acuso, no las conozco, nunca las he visto, no siento hacia ellas ni rencor ni odio. Para mí sólo son entes, espíritus de perversion social. Y el acto que ahora ejecuto no es más que un medio revolucionario para acelerar la explosion de la verdad y de la justicia. 

Solo ahnelo una cosa, y es que se haga la luz en nombre de la humanidad que tanto ha sufrido y que tiene derecho a la felicidad. Mi ardiente protesta no es sino un grito que me surge del alma. ¡Que se atrevan, pues, a llevarme ante los tribunales y que la investigación tenga lugar a plena luz del día! 

Entretanto, espero. 
Acepte, señor presidente, mi más profundo respeto]

Espero que no estéis teniendo ningún problema con los resúmenes del tema.
Mañana, volveremos con otras historias del Realismo.

(Si os ha interesado, pinchando en la primera imagen de la entrada, encontraréis un libro digital de 40 páginas con todos los estritos de Émile Zola sobre el caso Dreyfus)


Que tengáis tod@s un buen día pese a todo.

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